El comentario lo hizo su madre, durante una de sus visitas al pueblo donde Henry y Lila, casados con otros, vivían en ese entonces. No podía haber sabido que su hijo y Lila estaban teniendo una aventura amorosa: aventura que, como un incendio desbocado en el campo, volvía a arder cada vez que creían haberla apagado. Pero Lila sí sabría que esta era la madre de su amante, lo cual habría introducido una animación adicional, un destello, en la cortesía que le mostraba a la mujer mayor mientras conversaban. El frío fuera de temporada y los olores mohosos de la lona y del mimbre de los muebles de verano y del simple colchón y del refrigerador desconectado cedían el paso a los aromas de su propia tibieza desnuda, mientras el lago centellaba del otro lado de la ventana y las ardillas corrían por la azotea. Con Lila debajo de él, Henry vertía su mirada en sus ojos dilatados, en efecto hermosos, color de avellana mezclado con verde y con un café rojizo alrededor de las pupilas agrandadas por la sombra de su cabeza. Su madre nunca simpatizó con su esposa: Irene era demasiado citadina, demasiado correcta, demasiado estoica. Si te lanzas a su encuentro. Métete, Henry.
Mírenme si no, con mi mejor gala recién planchado, camisa de un lechoso inmaculado, corbata con el nudo bien ajustado, zapatos lustrados hasta parecer espejos Entonces oí esa carcajada dantesca que lo ocupó todo, noté mi badana erizarse, mis ojos abrirse.. Atropellé a mis fantasmas gemelos con dificultad y conseguí salir de allí, todos mis miedos siguieron riendo hasta que recuperé el silencio. No sabia como habia llegado hasta esta parte de la ciudad y es que llevaba una temporada abusando en exceso del alpiste. Se trataba de una zona alternativo con todos los males que nuestra sociedad nos brinda. Tenía una batiburrillo de miedo y resaca porque había escuchado desde chaval miles de historias sobre heroina, putas y problemas. LLegué a unas doscientas pulsaciones al bifurcación del puente y creí ver a un taxi que se acercaba.
El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa alambrada de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Melquíades, que era un hombre cabal, le previno: «Para eso no sirve. Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la territorio, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades.
Apuntado por Claudia Paredes Guinand el 7 noviembre, Sesenta años. Juan siempre quiere invitar a todos los amigos del grupo, y dejaste que se encargue. Te juzgas; nunca eres ni es suficiente para ti. Te juzgas en lugar de agradecer lo que sí tienes, una profesión, una familia, las calas de tu jardín. Todos conversan animados. Juan, ya entrado en copas, intenta insinuar alguna cosa, pasa su mano por tu espalda, señala cheat la cabeza que lo acompañes a la cocina. Le ruedas los luceros, te guiña, sientes cómo la lagar late contra tus sienes.